jueves, marzo 02, 2006

LOLA Y LOS ZAPATOS MÁGICOS


¡Repámpanos! He perdido un zapato… ¿No lo habréis visto por casualidad, verdad? Es que mi Pepe me cruje como se entere. Menudo día le he dado con los zapatitos, ni Cenicienta lo hubiera hecho peor.
¿Qué he hecho para perder un zapato? Nada anormal en mí, os lo prometo. La culpa no es mía sino de la oferta en la que me vendieron los dichosos zapatos. Me los pusieron delante de mis narices a un precio irresistible y fui mujer fácil. Para colmo, eran preciosos.
¿No tendréis un vasito de cazalla? Del disgusto, tengo mucho reseco y un pie helado, el del sin zapato. Esperad, que vuelvo a entrar al bodorrio a pescar una botella de algo, ahora vuelvo… Ya está. Venga, una rondita de gaseosa para todos, es lo que había. La gente no es tonta y bebe lo bueno, lo otro, lo deja. Os cuento…

Comprar en ofertas tiene el riesgo de no acertar con la talla. Así voy yo siempre, como un cromo. Eso sí, a buen precio. Los zapatos eran dos números más, pero no me importó, pensé en la comodidad. Mis esquemas mentales, de tan “sensillos” que son, no comprenden que igual de malo es un menos dos que un más dos. Llegó el día de la boda, y en vez de hacer calor, hacía frío. ¿Qué tiene que ver la temperatura? Todo, amigos míos, pues yo contaba que los pies los tendría como dos morcillas y se ajustarían maravillosamente a los zapatos, pero al hacer frío, disminuyeron de tamaño. Ya no eran dos números sobrantes sino por lo menos tres. No me puse nerviosa, más que nada porque no me di cuenta hasta que empecé a andar. Además, unos días antes, me los había puesto mientras freía unos huevos para la cena y no noté nada raro. Es verdad que no anduve, simplemente me mantuve tiesa entre la espumadera y el huevo.
Me cambié, si mal no lo recuerdo, siete veces de modelo, con ninguno me veía y, si no me veía a mí misma mismamente, ¿cómo demonios iba a acompañar a mi Pepe a la boda de su primo?
Modelo que me ponía, le hacía un pase a mi Pepe, Petronio y Anticristo. Los dos primeros pases fueron bien. A partir del tercero se empezaron a revolver en sus asientos.
-Mamá, no te empeñes. Con todo estás mal. Ponte lo que sea y déjanos en paz.
-Lola, cariño, date prisa o llegaremos tarde a la misa.
-Pepe, no me presiones, que me pongo cual mejillón.
El tiempo se me echaba encima por lo que decidí ponerme un octavo modelo, resumen de los siete anteriores y, llegó la hora de la verdad: subirme a los zapatos de tacones kilométricos. Imposible, que no podía andar. Los pies iban por un sitio, y los zapatos por otro.
-Looooooooooola, vamos.
Ante semejante chillido, cogí los zapatitos de la mano y me metí en el coche descalza. Pensé que hasta la iglesia ya se me ocurriría algo. Mi cabeza se negó a pensar, y como era fin de semana, también tenía derecho a descansar, así que llegamos a la boda y comenzó mi calvario. Como primera medida, me agarré del brazo de mi Pepe. Fatal. Mis andares eran como si estuviera contrahecha. Decidí entonces, andar arrastrando los pies. Peor. En esto viene un golpe de aire y mi sombrerito sale volando. Qué ágil es mi Pepe: salió corriendo como si los kilos no le pesaran. Ese lápsus, me vino genial para estudiar mis próximos pasos, que iban a consistir en andar a la japonesa: zancadas muy cortitas, como si no me atreviera a abrir las piernas por temor a hacerme pis. Claro, no conté con el maldito paso de peatones. Los coches hicieron lo que deben hacer y que casi nunca hacen: parar para que la gente pase. Mi Pepe, al ver tanto coche esperando a que cruzáramos, se puso nervioso y me metió prisa. Allí no perdí un zapato sino los dos. No os lo quiero contar: mi Pepe agachado, buscando los zapatos de su cenicienta debajo de un coche. Un santo.
En la iglesia, estupendamente. Exceptuando el cura que se dedicó a hablar de un tema idóneo para una boda como es el divorcio, todo salió bien.
Llegamos al banquete. Yo estaba pegada a la silla para no levantar más la cólera de mi Pepe y fuera a perder mis maravillosos zapatos.
Qué envidia, amigos, la gente iba y venía sin darse importancia, y yo, clavada en aquel asiento a semejanza de una estatua de arroz… hasta que no pude más y en un despiste de Pepe, me escapé. Me fui al baño descalza. Los baños como las cocinas son siempre fuente de inspiración, y se me ocurrió meter papel higiénico en los zapatillos. Perfecto. Tuve que poner más de medio rollo pero, ¡milagro! Podía andar.
Tanta emoción me embargó que, cuando llegó la hora de bailar, salí la primera. Y, definitivamente, lo perdí. Se debió mover el papel higiénico, yo qué sé. El caso es que estuve andando a gatas por toda la pista de baile y nada, no lo he encontrado.
Y, ahora, ¿qué le digo a mi Pepe cuando me vea desnivelada?
Lo que tengo claro es que el lunes voy a reclamar a la tienda que me los vendieron, porque la señorita que me atendió, me tenía que haber dicho:
-Señora, ¿no ve que está hecha un adefesio con esos zapatos?... por el contrario, se calló como una zorra y me vendió unos zapatos con vida y personalidad propias.
MªÁngeles

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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